La falta de acceso a un agua segura y a los sistemas de higiene y saneamiento básico cuesta la vida cada año a 361.000 niños y niñas menores de cinco años. Más del 80% de las aguas residuales generadas por la sociedad, retornan al ecosistema sin tratamiento previo. La mala gestión de estas aguas residuales, tienen un impacto muy negativo sobre la salud, la desnutrición y el medio ambiente. Cada año 1.800 millones de personas están en riesgo de contraer enfermedades como diarrea, cólera, disentería o polio, por el consumo de aguas contaminadas por excrementos.
Son las poblaciones más vulnerables las que pagan las consecuencias de un mal tratamiento de aguas grises y negras (jabonosas provenientes de uso doméstico y fecales de los inodoros respectivamente), por carecer de los recursos e infraestructura adecuados para gestionarlo correctamente, lo cual se ve agravado en las situaciones de crisis humana. “Las aguas residuales son un foco de infección por contener heces, residuos médicos, pesticidas agrícolas y sustancias químicas potencialmente tóxicas”, afirma Pablo Alcalde, responsable de Agua, Saneamiento e Higiene de Acción contra el Hambre. “Como consecuencia directa de los conflictos, los desplazados a menudo se instalan en zonas donde no tienen otra forma de acceder al agua que a través de los recursos contaminados”, añade.
El tratamiento de aguas en los asentamientos de refugiadosLa crisis de Siria, ha provocado que los países vecinos como Líbano, que asume 1,5 millones de refugiados, hayan aumentado en un 30% el número de individuos a los que abastecer con agua y con sistemas de gestión de aguas residuales adecuados. “Tras 15 años de guerra civil (1975- 1990), Líbano es un país que carece de conexiones de agua básicas para el 20% de su población. Las redes son poco fiables y sólo el 8% de las aguas residuales son tratadas con efectividad”, afirma Lucía Villamayor, gestora de los proyectos de Agua, Saneamiento e Higiene de Acción contra el Hambre en Zahle, Líbano.
Seis años después del comienzo del conflicto sirio, los refugiados se agrupan en asentamientos informales donde siguen tomándose medidas propias de las emergencias. Como explica Villamayor, “las aguas residuales se acumulan primeramente en tanques y pozos ciegos, los cuales requieren de frecuentes y costosos servicios de recogida o, más a menudo, van a parar a puntos de vertido donde no son tratadas en absoluto. En muchos asentamientos los servicios de recogida no son suficientes y las aguas negras se desbordan al lado de las letrinas”.
Innovación y sostenibilidad contra los riesgos sanitariosFrente a la falta de tratamiento, Acción contra el Hambre apuesta por soluciones sostenibles e innovadoras que permiten reducir los riesgos sanitarios en los asentamientos, detener el deterioro de los recursos naturales y controlar el gasto en los servicios de recogida. “En los asentamientos del Valle del Bekaa, los casos de encharcamiento de aguas negras y grises eran muy comunes”, explica Lucía Villamayor. “Para solucionarlo, conectamos las tiendas a una fosa séptica mejorada, que trata y limpia las aguas residuales. El agua tratada y libre de patógenos se infiltra en el terreno con ayuda de un sistema de tuberías de irrigación que posteriormente descarga en una gran zanja rellena de grava. Esto permite aumentar la capacidad de absorción del suelo. No se han detectado más casos de encharcamiento de aguas residuales donde se ha implementado”, destaca Lucía Villamayor.
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